10 años después del referéndum sobre el Tratado de Libre Comercio

José Joaquín FernándezJosé Joaquín Fernández

Por José Joaquín Fernández.

El pasado 7 de octubre se cumplieron 10 años de haberse realizado en Costa Rica el referéndum sobre el Tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (DR-CAFTA, por sus siglas en inglés). Diez años parece mucho tiempo para seguir hablando al respecto. Sin embargo, he visto personas que al parecer votaron por el “no” y que se han estado manifestando al respecto. Es por eso que he considerado hacer unos breves comentarios en torno al debate sobre el libre comercio.

¿Qué es mejor? ¿La autarquía o el libre comercio? ¿Nos beneficia o perjudica el proteccionismo? ¿Es buena idea buscar la autosuficiencia en la producción agrícola de un país? Empecemos con un dato curioso pero que revela la realidad sobre las consecuencias de una política de autosuficiencia.

Hamburguesa que costó US$1,500

El 15 de septiembre del 2015, el canal en YouTube How to Make Everything, publicó un video titulado How to Make a $1.500 Sandwich in Only 6 Months. El video muestra cómo a un muchacho le tomó 6 meses y US$1.500 (Un mil quinientos dólares de los Estados Unidos de América) para hacer un emparedado, según el, de “la nada”. Es decir, el muchacho sembró sus propios vegetales, viajó al océano para producir su propia sal, tuvo que ordeñar una vaca para producir el queso, produjo harina a partir de trigo y mató a una gallina para obtener la carne que le pondría a la hamburguesa. El video, muestra el procedimiento y el momento en que se sacrifica a la gallina, lo cual puede ser un poco fuerte de ver para algunas personas.

El muchacho subestimó los costos porque el no construyó ningún generador eléctrico, ni produjo los utensilios de cocina como cuchillos, ni construyó el avión que lo transportó al océano, ni el aeropuerto necesario para que el avión pueda despegar y aterrizar, etc. De haber sido así, el precio el emparedado hubiera sido prohibitivo y quizá le hubiera tomado toda su vida sin terminar su faena.

Este video nos muestra la consecuencia más evidente de la autarquía, de la autosuficiencia, del proteccionismo y de la negación al libre comercio: todo resulta mucho más caro. ¿Cuál sería el nivel de riqueza de un país si sus ciudadanos optaran por hacer todo por ellos mismos y renunciar al intercambio?

En su libro La riqueza de las naciones, Adam Smith, padre de la Economía, argumenta como la especialización conduce a un aumento extraordinario en la productividad. Esto nos lo ilustra con el ejemplo de la fabricación de alfileres. Smith observó que, en una fábrica de diez obreros, donde cada uno se especializaba en una o dos de las partes del proceso de producción de alfileres, se llegaban a producir más de 48 mil en un solo día; es decir, más de 4.800 por obrero. Sin embargo, Smith también se percata que si un obrero, que renuncia a la especialización y se dedica a la fabricación de alfileres en autarquía, solo podrá producir, a lo sumo, un solo alfiler por día. Esa es la diferencia entre producir en autarquía o bajo la especialización. Esta última es consecuencia del libre comercio y la libertad económica. Con la fábrica de alfileres se ve claramente como con la especialización, viene el aumento de la productividad y, con ello, el aumento de los salarios viene de la mano.

Quien conoce las ventajas de la especialización, no le ha de sorprender que al muchacho que quiso producir una sola hamburguesa en autarquía le haya tomado 6 meses y más de US$1.500. El video nos puede parecer como una curiosidad de un adolescente que tiene mucho tiempo libre y dinero para gastar US$1,500 en una hamburguesa. Sin embargo, la película de terror es que algunos políticos con aspiraciones a la presidencia de la República, en particular aquellos con tendencias socialistas, nos quieren imponer la autarquía en la producción de todo lo que comemos y algunas cosas más. Con autarquía, todo será más caro, habrá menos productividad y, por ende, los salarios serán mucho más bajos.

Los costos del proteccionismo

El proteccionismo es una práctica que consiste, principalmente, en establecer aranceles (impuestos a las importaciones) o en poner barreras no arancelarias a las importaciones como, por ejemplo, cuotas.

Uno de los principales errores que se comenten cuando se discute sobre el comercio internacional es asumir que los países son los que comercian. Lo anterior es falso. Se dice que “Costa Rica” exporta café. Yo soy costarricense y no exporto café. Lo mismo se puede decir de la exportación de piña o la importación de vehículos.

Quienes comercian son las personas, sean físicas o jurídicas (empresas). Cuando hay libertad económica, toda transacción se realiza únicamente si todas las personas involucradas ganan; caso contrario, la transacción no se realizaría. Si somos las personas las que comerciamos y hay libertad para hacerlo, es absurdo afirmar que con el libre comercio unos ganan y los otros pierden. ¡Nadie compra ni vende para perder! Por ejemplo, ¿por qué habría un costarricense de realizar una transacción con un estadounidense si perdería con ella? Todo lo contrario. Cuando hay libertad, las transacciones que se realizan son aquellas que son las más rentables o beneficiosas para todas las personas involucradas. En libertad, quien vende lo hará a quién le pague mejor y quien compre lo hará a quien le haga la mejor oferta.

Para que una de las partes en una transacción pierda, se requiere el uso de la coerción. Es como con el caso de un asalto delictivo donde una de las partes, la víctima, no desea realizar la transacción pero se ve obligada a ello. En este caso, la víctima pierde con la transacción y el delincuente “gana”. Lo mismo sucede con el proteccionismo: se nos obliga a transacciones que no se realizarían si hubiese libertad económica.

Muchos creen que el proteccionismo, al estimular al productor nacional, trae como consecuencia un aumento en la riqueza del país protegido. Este argumento es falaz; es decir, parece bueno en primera instancia, pero resulta falso al analizarse con detenimiento y profundidad.

Si una actividad productiva es competitiva, sea cual sea, no requiere de proteccionismo de ningún tipo. Solo las actividades improductivas requieren protegerse de la libre competencia. Si la industria es ineficiente, es porque no es capaz de pagar buenos salarios, ni de generar el ahorro necesario para realizar transferencias tecnológicas, ni será capaz de realizar nuevas inversiones, ni de generar más empleo, etc. Es decir, una industria subsidiada, por definición, genera pobreza y subdesarrollo. En fin, si una industria es competitiva, ¿para qué subvencionarla? Si no lo es, ¿para qué subsidiarla?

Pero, si una industria extranjera goza de subvenciones en su país de origen, ¿no sería justo proteger a la industria local de semejante competencia desleal? La respuesta es no.

Es un principio de la Economía que el bienestar se encuentra en la capacidad de consumo de las personas. Es decir, la producción no es un objetivo per se, sino que es un mal necesario para poder obtener los productos que deseamos consumir. En el Edén, situación ideal, no había que producir (trabajar) para poder consumir. Si algo diferencia a un pobre de un rico es, precisamente, su capacidad y nivel de consumo.

Para el ciudadano común es obvio que entre más barato podamos comprar los bienes y servicios, mayor será nuestra capacidad de consumo y, por ende, de bienestar. Todos nos beneficiamos cuando una empresa local ofrece descuentos. De la misma manera debemos ver como un descuento, el subsidio que empresas extranjeras reciben en su país de origen. El objetivo de la sociedad es maximizar las posibilidades de consumo.

Si fuéramos consistentes con el argumento proteccionista, este nos llevaría a la más absoluta autarquía. Es decir, si el proteccionismo entre dos países incrementa el bienestar, también debería hacerlo el proteccionismo dentro de las grandes regiones de un mismo país y dentro de los barrios en cada ciudad. Cada familia se beneficiaría del proteccionismo con sus vecinos y cada persona con sus familiares y personas más cercanas.

Los recursos destinados a la producción y al desarrollo son limitados. ¡Por eso hay que saber sacarles el mejor provecho a los mismos! Es un deber hacer uso eficiente de los recursos. No hacerlo es un desperdicio y eso no es ni sano ni bueno.

En la parábola de los talentos que aparece en el Evangelio según Mateo (25: 14-30), se nos habla de un señor que, al irse de viaje, encomendó su hacienda a tres empleados, según sus capacidades. Al primero le entregó 5 talentos, a otro 2 y al último uno. El empleado que recibió 5 talentos, negoció y produjo 5 más. El que recibió 2, también negoció y produjo 2 más. Por último, quien recibió un talento tuvo miedo y enterró el talento.

Al regresar del viaje, el señor reúne a sus empleados para que rindan cuentas. En la parábola vemos claramente que el señor premia al que negocia, al que produce y multiplica la riqueza. Sin embargo, también vemos que el señor castiga al empleado que enterró el talento. No se le castiga porque el empleado no tuviera habilidades emprendedoras sino porque desperdició la ganancia mínima que en ese caso eran los intereses bancarios. ¡El castigo es por el mal uso de los recursos! El empleado al que se le encomendó un solo talento no tuvo “pérdida” pero desperdició una posible ganancia segura.

La consecuencia del proteccionismo es peor que la del empleado que enterró el talento porque el proteccionismo sí genera una pérdida financiera, económica y social.

El primer desperdicio, el cual es muy obvio y fácil de cuantificar, es cuando el proteccionismo incluye algún tipo de subsidio o transferencia directa al productor. En este caso, la perdida equivale al monto de la subvención más todos los costos administrativos asociados al mismo.

Tenemos un segundo desperdicio de recursos, el cual es causado por desviar recursos de actividades productivas a industrias improductivas. Esto se mide por la diferencia entre el costo de adquirir el producto en el mercado internacional y la diferencia del costo de producirlo localmente.

Con el proteccionismo, tenemos también una pérdida de bienestar que se mide de la siguiente manera: Al incrementar el precio de los bienes, se reduce la cantidad demandada (consumida) del producto ocasionando la pérdida de bienestar.

La suma del desperdicio de recursos y la pérdida de bienestar se llama costo social. Más adelante mencionaré el costo social del DR-CAFTA.

El proteccionismo, además de causar un costo social, deteriora injustamente la distribución del ingreso porque los empresarios reciben un sobreprecio por su producción que es transferido por los consumidores a la hora de comprar el producto. El proteccionismo al basarse en la creación y aumento de aranceles encarece el costo de la vida en general, lo que equivale a una reducción en los salarios.

Pero aun no acaba la tragedia. El proteccionismo castiga innecesariamente al sector exportador. Los aranceles y las barreras no arancelarias reducen las importaciones. Dado que las importaciones se pagan con divisas, al reducirse las importaciones, se reduce también la demanda de divisas cuya consecuencia es que el precio de la misma sea más bajo de lo que podría ser. Una divisa más barata, desestimula artificial e injustamente, no solo a las exportaciones sino también al sector turístico.

Por último, el proteccionismo genera una pérdida económica que no es posible medir ni de observar: el costo de oportunidad. ¿de qué bienes y servicios nos estamos perdiendo por los costos originados por el proteccionismo? ¿Qué necesidad del jefe de hogar queda sin cubrirse por el costo del proteccionismo? Si la tierra destinada a la industria protegida se hubiera utilizado en la producción de un bien rentable, ¿cuál hubiera sido? Si los empleados que laboran en una industria ineficiente estuvieran laborando en una industria productiva, ¿cuánto estarían ganando de más?

En resumen, el proteccionismo genera solo males: desperdicio de recursos, una pérdida del bienestar, un costo social, deteriora la distribución del ingreso, reduce el salario del consumidor y afecta al sector exportador y turístico.

Pero, si el proteccionismo es tan malo, ¿por qué lo apoyan los gobernantes? Muy simple: los gobernantes no son ángeles. Ergo, no buscan el bien común, sino que sus acciones están motivadas por sus propios intereses al igual que cualquier ser humano. Es por eso que el gobierno debe ser mínimo. El interés del gobernante es el poder y en su lucha por ello, cede ante los grupos de presión que sí se benefician directamente del proteccionismo, pero a costa del resto de la sociedad.

Lea: Los grupos de presión están acabando con el país

Teoría sobre el libre comercio

Durante el periodo comprendido entre los siglos XVI al XVIII a la “teoría” económica dominante se le llamó Mercantilismo. Esta argumentaba que la riqueza de una nación estaba vinculada a la acumulación de oro; el equivalente de hoy en día a las Reservas Monetarias Internacionales. El Mercantilismo argumenta que la acumulación de oro se logra “incentivando” las exportaciones y desestimulando las importaciones.

Esta teoría fue refutada en 1776 con la publicación del libro La riqueza de las naciones de Adam Smith donde el autor expone la teoría de las ventajas absolutas. Smith demuestra que el origen y la causa de la riqueza de las naciones es consecuencia solo de una mayor productividad y esta es producto de la especialización, consecuencia exclusiva del libre comercio; no del mercantilismo ni del proteccionismo.

Más adelante, en 1817, David Ricardo publica On the Principles of Political Economy and Taxation en el que expone, en el capítulo VII, su teoría de las ventajas comparativas, que profundiza y refina aun más las ideas de Smith. Ricardo compara, en un modelo sencillo que cualquier estudiante de colegio puede entender, las consecuencias del proteccionismo contra las del libre comercio de manera universal. La conclusión es que el libre comercio es lo que más conviene a cualquier país, bajo cualquier circunstancia, sin importar el nivel de desarrollo económico y social del país que lo aplique. Al final de este artículo encontrará un enlace a un video con una explicación sobre las ventajas comparativas (*).

Lo que el modelo de las ventajas comparativas nos dice es lo siguiente. Supongamos dos países, uno desarrollado y el otro no. El país desarrollado produce todo lo que el país no desarrollado produce y, además, lo hace de manera más eficiente. Aun, en este caso, la teoría de las ventajas comparativas concluye que a ambos países les conviene el libre comercio y que ambos obtienen mayores beneficios económicos y sociales abriendo sus fronteras, en vez de cerrarlas.

Como corolario, la teoría de las ventajas comparativas concluye que a un país cualquiera siempre le conviene más tener sus fronteras abiertas al comercio, aunque el resto del mundo se cierre.

Doscientos años han transcurrido desde la publicación del libro de David Ricardo y a la fecha ningún economista ha demostrado error alguno en la teoría de las ventajas comparativas.

La única crítica a las ventajas comparativas digna de mención, pero que resultó falaz, es la asociada al pensamiento de Raúl Prebisch, de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL), quien desarrolló la hipótesis de la tendencia secular al deterioro de los términos de intercambio. Este concepto también es conocido como la hipótesis Prebisch-Singer, ya que tanto Raúl Prebisch como Hans Singer desarrollaron ideas semejantes al mismo tiempo. En particular, Prebisch se refiere al deterioro de los términos de intercambio entre los países que producen materias primas y alimentos, por un lado, y países que producen bienes industrializados por el otro.

Veamos lo que dijo Prebisch con mayor detalle. Supongamos, por un lado, un índice de precios para materias primas y alimentos. Por el otro, un índice de precios para los bienes industriales. La hipótesis sostiene que si la brecha entre estos índices se agranda en favor de los bienes industriales, la especialización (libre comercio) no le conviene a los países del tercer mundo que producen materias primas y alimentos porque, ceteris paribus, el deterioro de los términos de intercambio implica que los países productores de materias primas y alimentos cada vez podrán comprar menos y menos bienes industriales. En otras palabras, según Prebisch, el deterioro de los términos de intercambio no se traduce en mayores posibilidades de consumo tal y como la teoría de las ventajas comparativas lo asume.

Sin embargo, la hipótesis es falaz porque un análisis más profundo revela que el deterioro de los términos de intercambio no refleja un perjuicio para los países productores de materias primas y alimentos porque no toma en cuenta los cambios en las productividades.

Un crecimiento mayor en la productividad de alimentos y materias primas en relación con el crecimiento en la productividad de los bienes industriales se traduce, ceteris paribus, en un deterioro de los términos de intercambio que es favorable a ambas partes. Ejemplo de ello lo observamos en los bienes tecnológicos. Claramente los bienes electrónicos sufren un deterioro de sus términos de intercambio en relación con cualquier otra canasta de bienes, pero ello se debe a la alta productividad de los primeros.

Otro error en la hipótesis de la tendencia secular al deterioro de los términos de intercambio es que de ella no se deduce ni un modelo de sustitución de importaciones, ni la necesidad de políticas proteccionistas. Es decir, la hipótesis de la tendencia secular al deterioro de los términos de intercambio no invalida la teoría de las ventajas comparativas de que las posibilidades máximas de consumo se dan con libre comercio, independientemente de lo que suceda con los términos de intercambio.

Los costos del DR-CAFTA como tratado mercantilista

Un tratado de libre comercio debería ser un documento muy simple quizá de un solo artículo que diga algo así: Artículo único: elimínense todos los aranceles a partir de la entrada en vigencia de este convenio.

La realidad es que los tratados de libre comercio, como el DR-CAFTA, no hacen honor al nombre. Como bien dice Rigoberto Stewart, Ph.D en una publicación de julio del 2007: “Hoy, los tratados comerciales no son más que una nueva versión del mercantilismo, que buscan generar el desarrollo a través del impulso de las exportaciones y la inversión extranjera, pero con restricción a las importaciones”.

Este espíritu mercantilista lo expresa muy bien Amparo Pacheco, quien fuera viceministra de Comercio Exterior de la Administración Pacheco de la Espriella y exmiembra del equipo negociador del DR-CAFTA. En el artículo de opinión Rigor en las estadísticas, publicado en La Nación el 03 de enero del 2007, la señora Pacheco expresa:

El TLC con EE. UU. es un acuerdo internacional que otorga, por un lado, condiciones comerciales muy favorables a nuestro país, de acceso en libre comercio inmediato para la casi totalidad de bienes para los productos costarricenses y hasta 20 años de plazo para eliminar los impuestos al comercio a los productos estadounidenses que compiten con nuestros sectores productivos.

Si el DR-CAFTA es un tratado mercantilista, entonces recoge todos los males y costos que implica un modelo mercantilista.

En el estudio de investigación de Rigoberto Stewart, Ph.D, titulado Una estimación de los costos de la estrategia comercial mercantilista aplicada por el Gobierno de Costa Rica en el tratado de libre comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana, de julio del 2007, se calculó que, en tal solo los rubros de arroz, azúcar, Aceites vegetales, carne avícola y lácteos, el costo social (Desperdicio de recursos más la pérdida de bienestar) será de al menos US$ 4.153 millones a lo largo del periodo de desgravación.

Por otra parte, el mismo estudio concluye que la transferencia de consumidores a productores, en estos mismos cinco rubros, será de US$ 3.045 millones.

Evidencia empírica a favor del libre comercio

La evidencia empírica es consistente con la teoría de David Ricardo. Según el Banco Mundial, y usando la tasa arancelaria promedio sin ponderar (Tasa arancelaria, aplicada, media simple, todos los productos) como indicador de apertura comercial, desde la década de 1960 y hasta la fecha, Singapur y la Región Administrativa Especial de Hong Kong, son las regiones con la mayor apertura comercial del mundo con un arancel promedio de 0.0%. Por su parte, Costa Rica tiene una tasa aproximada del 4.66% y, para darnos una idea comparativa, Cuba tiene una tasa de 9.85%.

A principios de la segunda mitad del siglo XX, tanto Hong Kong como Singapur eran tan pobres como Costa Rica y a la fecha, el Ingreso Nacional Bruto (INB) per cápita (INB per cápita, método Atlas, en US$ a precios actuales) de Hong Kong es US$ 40,3230, el cual es muy semejante al de Reino Unido con US$ 42,690. Por su parte, el INB de Singapur es de US$ 55,150, el cual supera al de Reino Unido en un 30%. El INB de Costa Rica es de apenas un vergonzoso US$ 10,120; ni la cuarta parte del de Reino Unido.

Es importante destacar que dentro de los países con tradición más opuesta al libre comercio encontramos, para datos del 2015 de la tasa arancelaria promedio simple, a países como Etiopía (17.9), Gabón (17.8) y a la República Centroafricana (17.3). Claramente los países cerrados al comercio no son ejemplos de desarrollo económico ni son el destino favorito de los inmigrantes que buscan mejorar su nivel de vida.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), desde la Cumbre Mundial de la Alimentación (CMA) de 1996, definió la Seguridad Alimentaria “a nivel de individuo, hogar, nación y global, se consigue cuando todas las personas, en todo momento, tienen acceso físico y económico a suficiente alimento, seguro y nutritivo, para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias, con el objeto de llevar una vida activa y sana”. Es claro que la mejor manera de cumplir con este objetivo es con libre comercio y no con proteccionismo.

Propuesta

El libre comercio es necesario, pero no suficiente, para alcanzar el desarrollo económico y social. Como propuesta, sugiero hacer algo parecido a lo acordado en el Programa de Ajuste Estructural II firmado entre el gobierno de Costa Rica durante la primera Administración Arias Sánchez (1986-1990) y el Banco Mundial donde se propuso una reducción parcial y paulatina, pero constante, de los aranceles. Propongo, en este caso, que reduzcamos cada partida arancelaria, sin discriminación de bienes, en un 5% cada tres meses de modo que en un plazo de 5 años tengamos arancel de cero para cualquier bien.

Por ejemplo, supongamos que los bienes “A” y “B” tienen un arancel del 50% y 20% respectivamente. Al final de los primeros tres meses, los bienes “A” y “B” tendrán un arancel correspondiente de 47,5% y 19%. Al finalizar los 5 años, ambos bienes tendrán un 0% de arancel.


Reproducido en el blog La riqueza de las naciones que publica El Financiero (Costa Rica).

(*) Video complementario de 5 minutos:
Teoría de la ventaja comparativa”.
Por Antonio Benito Benito, -Universitat Politécnica de Valencia

Lectura recomendada:
La magia y el misterio del comercio
Por Rigoberto Stewart, Ph.D.