La seguridad como consecuencia de la libertad

Andrés Ignacio PozueloAndrés Pozuelo

Los países más seguros no son los que cuentan con más policías, más leyes o más cárceles. Son los que permiten a las personas prosperar en libertad, organizar su propia seguridad y confiar en los demás.

La verdadera seguridad surge cuando los ciudadanos tienen margen para auto-regularse y cooperar espontáneamente. En esos entornos, las relaciones sociales se basan en la confianza, no en la coerción. En cambio, cuando el Estado busca imponer el orden a través del miedo, las leyes restrictivas y la vigilancia constante, destruye los lazos sociales que mantenían el orden de manera natural.

Las sociedades que se vuelven excesivamente reglamentadas tienden a producir individuos antisociales por defensa: personas que aprenden a desconfiar, a mentir o a esconderse para poder vivir con cierta autonomía. Paradójicamente, mientras más se intenta controlar el comportamiento humano desde fuera, más se debilita la capacidad de control interno -la ética, la empatía y la responsabilidad personal-.

La libertad, en cambio, multiplica las posibilidades combinatorias entre personas, ideas y organizaciones. Cuando los ciudadanos son libres para crear, comerciar, asociarse y protegerse mutuamente, emergen redes de cooperación que ningún sistema centralizado puede planificar.

La seguridad deja entonces de ser un producto del aparato coercitivo del Estado y pasa a ser una propiedad emergente del orden social libre.

La violencia como consecuencia de las prohibiciones del Estado. Un ejemplo claro de cómo la falta de libertad genera violencia es el comercio de drogas. En este mercado, la prohibición elimina los mecanismos normales de cooperación, reputación y competencia que caracterizan al comercio libre.

Al no poder recurrir a contratos, tribunales o sistemas legales para resolver disputas, los actores del mercado recurren a la violencia como sustituto del derecho.

En ausencia de libertad, desaparece también la posibilidad de crear confianza. Las relaciones se basan en el miedo, la traición y la fuerza, porque el sistema institucional expulsa la cooperación del ámbito legal y la relega al terreno de la clandestinidad.

Así, lo que podría ser un fenómeno económico regulado por incentivos de mercado y responsabilidad social, se convierte en un ecosistema dominado por la coerción, la corrupción y el terror.

La lección es clara: donde se prohíbe la libertad de comerciar, florece la violencia; donde se permite la libertad de intercambiar, emerge el orden espontáneo.