Por: Andrés I. Pozuelo A.
Los marxistas diagnosticaron erróneamente la causa de la desigualdad económica. No es la extracción de valor de los trabajadores por los empleadores, como sugiere la teoría del valor trabajo, lo que da a los capitalistas una riqueza injusta. Más bien, es la afluencia continua de dinero gratis a través de aumentos en la oferta monetaria y la extracción vía impuestos del fruto del trabajo de los trabajadores.
La manía de legislar para regular los mercados y subsidiar industrias no viables, y a la vez, presionar a los bancos centrales para aumenten la masa monetaria, es la fórmula que promueven los actuales líderes intervencionistas, creando economías de escasez e inflación.
Este dinero falsificado llega a los dueños de medios de producción de manera más rápida que al resto de los trabajadores creando así un ciclo de expoliación empobrecedor.
Marx identificó el mercado natural como el problema y pidió la intervención del Estado para solucionarlo. Así, su cura fue la enfermedad. Irónicamente, la política intervencionista perpetúa la misma desigualdad que denuncian.
Una cultura impregnada mantiene un ambiente intervencionista que beneficia a las elites financieras a través de políticas inflacionarias, perpetuando la disparidad económica.
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Hoy en día, tanto progresistas como conservadores, alimentan esta desigualdad generada por la inflación, al promover políticas públicas que incrementan el gasto improductivo estatal y la expansión monetaria que aumenta la desigualdad generalizada.
