Todos los individuos somos productores y consumidores a la vez. Vendemos nuestro trabajo o producto sólo para comprar el trabajo o el producto de otros. Cambiamos de sombrero constantemente. Cuando usamos el sombrero de productor, nuestros intereses son egoístas y buscamos la escasez: el productor de café tico se alegra cuando hay una helada en Brasil; le gusta la escasez. Los abogados, médicos, ingenieros y otros limitan la oferta por medio de los colegios; promueven la escasez. Los empresarios agrícolas e industriales se benefician de la escasez causada por los aranceles. Los empresarios industriales aumentan las barreras de entrada con regulación mercantilista, limitando la competencia. Las aerolíneas utilizan la Dirección General de Aviación Civil para limitar la oferta. Por el contrario, cuando usamos el sombreo del consumidor y vamos al mercado en esa condición, queremos abundancia; queremos que la cosecha de todos sea muy buena, que abunden los teléfonos, automóviles, seguros, alimentos, medicinas, salud, cines, seguros, servicios de conexión a Internet.
Evidentemente, el interés del consumidor está en total armonía con el interés general de la sociedad y el bienestar de la humanidad. ¿Cuál interés debería prevalecer: el del productor o del consumidor? Bastiat explica que el problema de la teoría de la escasez se debe a la falta de entendimiento de lo que es el intercambio. En una economía, donde se da la división de labores, cada persona valora su trabajo no como un medio (cosa que hace en autosuficiencia), sino como un fin en sí mismo. Con respecto a un producto en particular, el intercambio crea dos intereses directamente contrapuestos: el productor quiere escasez, precios altos y poca variedad; el consumidor, abundancia, precios bajos y mucha variedad. Dado que los dos intereses son mutuamente incompatibles, uno de ellos debe coincidir con el interés de la sociedad como un todo, y el otro debe ser hostil a este interés.
Si los deseos secretos del hombre en su papel de productor se cumplieran, habría escasez de todo, pobreza generalizada y hambruna, el mundo retrocedería rápidamente hacia el barbarismo. En cambio, si los secretos deseos del hombre en su rol de consumidor se cumplieran, habría abundancia de todo, y más riqueza, bienestar y prosperidad. El interés del consumidor está en armonía con el interés de la sociedad, y es el que debería proteger la legislación.
Es un hecho que el proteccionismo o subsidios que otorga un país, lo hace en contra de sus propios consumidores, y no en contra de los productores de otros países. Criticar el proteccionismo o subsidios de otra nación es totalmente inútil, dado que es una decisión soberana la de empobrecer a sus ciudadanos a base de aranceles o impuestos a la producción o consumo. La protección o subsidio de una actividad económica siempre tenderá a castigar a otro grupo económico más grande y relevante para la economía. Por otra parte, las actividades subsidiadas nunca encuentran un punto óptimo de eficiencia y la dislocación de recursos hace que estas, tarde o temprano, desaparezcan; además de desincentivar la producción en el resto de la cadena de valor.
En Latinoamérica, donde la cantidad de consumidores pobres es mayor a la cantidad de productores protegidos, las protecciones arancelarias terminan convirtiéndose en sistemas de redistribución de riqueza que va de pobres a ricos, y la falta de innovación e inversión real, termina convirtiendo a los mismos productores, en depredadores y beneficiarios crónicos de asistencias estatales. Cuando protegemos la agricultura, por ejemplo, lo que realmente estamos protegiendo es el estilo de vida en las ciudades de los grandes empresarios agrícolas, pero, estas protecciones, van siempre en contra de los consumidores más pobres y nunca generan verdadera prosperidad en las zonas rurales.
Sobre la seguridad alimentaria:
La seguridad de cualquier cosa depende de la capacidad para agregar valor e intercambiar de cada país. Si los alimentos que, son materias primas a la vez, son protegidos y caros, la capacidad de agregar valor es nula.
Los antibióticos y las medicinas son tan importantes, o más, que muchos alimentos y, por eso, se procura mantener los mercados abiertos para que no exista escasez de medicamentos en los mercados. Nadie habla de proteger las medicinas para aumentar una ilusoria seguridad médica.
En los años 70s se protegía a los zapateros y el 30% de la gente andaba descalza y propensa a todo tipo de enfermedades. Se liberó el mercado de zapatos y hoy en día es raro ver a la gente descalza. La seguridad zapatera aumentó a liberar el mercado de zapatos.
