¿”Soberanía alimentaria”?

Sergio VillaltaSergio Villalta

Por: Sergio Villalta

Cada vez que se celebra el “día del agricultor” es casi ineludible hablar sobre la “soberanía alimentaria”. En ese día sobran las manifestaciones de políticos que piden una estrategia nacional para alcanzar la “autosuficiencia alimentaria”.

A grandes pinceladas, la idea es cerrar las fronteras a las importaciones de productos agropecuarios, o al menos, disminuir considerablemente esas importaciones y hacerlas esporádicas, aisladas y extraordinarias.

Porque detrás de este concepto de “soberanía” se esconde la aspiración de producir a lo interno, si no todos, al menos una gran parte de los alimentos más comunes.

La utilidad del mercado

Solo cuando las personas pueden intercambiar cosas de forma libre es que los recursos ( siempre escasos) se asignan de la manera más eficiente.

Esto no se debe a una razón sobrenatural. La causa está en la libertad para comerciar, solo de esta forma los precios reflejan la verdadera demanda y oferta en el mercado.

Por esta razón, cerrar las fronteras a las importaciones agropecuarias, o disminuirlas al mínimo, implica un costo que se le impone al consumidor a través de precios más altos.

Porque las personas se verían privadas de una variedad de productos, que podrían ser de mejor calidad o incluso hasta más baratos si se permitiera su importación.

Mercados cerrados

Al disminuir las importaciones para garantizar la «soberanía alimentaria», lo que se logra es que se formen mercados cautivos. Es decir, mercados que están confinados a la voluntad de ciertos actores.

En ese sentido, un mercado que esté controlado solo por el productor nacional, hace que no existan los incentivos para innovar y mejorar la productividad, porque al operar en un mercado cerrado, no enfrentan una verdadera competencia.

Solo mediante el rigor que impone la competencia, se puede asegurar que los productores logren avanzar y mejorar su productividad.

La “soberanía alimentaria” al cerrar las fronteras logra distorsionar los precios, y esto conduce a una mala asignación de recursos. Desde luego, esto beneficia al agricultor nacional, pero ese beneficio se logra a costa de los consumidores nacionales, que pagarán precios más altos, que obtendrán productos de menor calidad o ambos.

El proteccionismo agrícola es en esencia una manifestación de la coerción estatal. Porque obliga a los habitantes de un país a aceptar precios que no surgen de manera espontánea debido a las fuerzas de la oferta y demanda, sino que son consecuencia de la imposición de barreras que limitan los derechos de los consumidores.

Pero, se dirá: “es que el agricultor nacional no puede competir”. Entonces, la solución no es levantar barreras, sino liberar al agricultor de sus cadenas y grilletes.

Levantar muros alrededor de los campos, no para prosperar, sino para ahogar, no es un salvavidas; es una jaula, donde los precios asfixian y la variedad se marchita. Con la “autosuficiencia” los mercados no serán plazas de abundancia, sino el matadero de los consumidores.