Nada satisface más a una persona que lograr que se haga su voluntad, y aunque esta satisfacción es muy deseable debemos tener cuidado cuando esa voluntad incluye la de suprimir la libertad de los demás.
Está claro que para convivir en sociedad se requieren normas o reglas de sana convivencia, y esta establecen ciertos límites para que nuestra libertad no atropelle la libertad ni los derechos de los demás.
De manera que sería ilógico en pensar en la “libertad” de estacionar de tal manera que bloqueemos la cochera del vecino, o la libertad de poder censurar una música que no nos gusta. Sin embargo, a pesar de ciertas limitaciones en la libertad, tenemos la libertad de movilizarnos a cualquier espacio público dentro del país y podemos evitar música que nos parezca desagradable.
Durante el año 2018 el progresismo en Costa Rica alcanzó su clímax, y algunos querían prohibir la participación de cristianos en política y hasta la potestad de educar a sus hijos con el pretexto de que los cristianos no eran personas muy educadas. Posteriormente se comenzó con la prohibición de ciertas comedias y expresiones porque resultaban ofensivas para colectivos progresistas.
Posteriormente en 2020 sufrimos la pandemia CoViD, y aunque era comprensible la preocupación sanitaria por evitar exceso de contagios y saturación hospitalaria, algunas restricciones como una prohibición para circular en vehículo (pero no a pie o en bus) o la de reportar reuniones “clandestinas” generaron gran incomodidad.
Con la caída del partido progresista o progre (el PAC), uno esperaría que quienes se definen como sus “antagonistas” desistieran del espíritu de la prohibición y abrazaran la libertad, pero vamos viendo que no fue así.
En primera instancia tenemos a Nueva República que propuso un proyecto de ley para expandir el ámbito de una ley de espectáculos públicos y materiales audiovisuales e impresos para ejercer censura también en plataformas digitales (Netflix, YouTube, Amazon Prime, etc), agregando a la violencia y degradación de la mujer la “apología al narcotráfico”.
Y seguidamente tenemos una ocurrencia de Mary Munive desde el Ministerio de Salud para reducir los límites de tolerancia al ruido en zona residencial y comercial a niveles tan absurdos después de las 8 p.m. que lo único virtualmente posible sería dormir o hablar en señas.
A todo prohibicionista le satisface ejercer la autoridad de la prohibición cuando se encuentra en el poder, pero también protesta cuando lo que resulta prohibido es algo de su agrado. Basta una dosis de poder para que cualquiera de los bandos trate de imponer su voluntad sobre los demás.
Únicamente aquellos que amamos y defendemos la libertad somos cautelosos respecto a la tendencia de prohibir o censurar. ¿Será tan difícil pedirle a la gente aprender a respetar las diferencias y promover costumbres propias sin necesidad de prohibir otras?